¿ES POSIBLE LA ARMONÍA en un mundo como el nuestro, atormentado por tensiones, conflictos, prejuicios y violencia? Probablemente te parezca que no.
¿QUÉ PASARÍA SI SE APROBARA un decreto que obligara a las personas de todos los países, razas y credos a respetar a todas las demás, cualesquiera que fueran sus diferencias? Lamentablemente, aunque alguien tuviera la autoridad para promulgar tal decreto, no daría resultado.
¿CÓMO SE HACE ENTONCES PARA SUPERAR los prejuicios, el miedo y la desconfianza cuando esos sentimientos han sido inculcados durante siglos? La respuesta puede resumirse en dos sencillas palabras: ¡con amor!
La Biblia dice: «El odio despierta rencillas; pero el amor cubrirá todas las faltas» (Proverbios 10:12). Si odiamos a alguien, muy probablemente nuestra relación con esa persona generará desacuerdos y conflictos. En cambio, si la amamos, aunque nos haya perjudicado, es posible mirar más allá de sus faltas, y perdonarla
Pasar por alto y perdonar los defectos y errores ajenos parece una aspiración muy noble; pero seamos realistas: ¿quién es capaz de deshacerse instantáneamente del resentimiento, el odio, el miedo o cualquier otra actitud negativa muy arraigada que abrigue contra otra persona, o incluso contra un pueblo entero? A la mayoría nos falta la determinación y la entereza emocional para ello.
LO ALENTADOR es que, pese a nuestros limitados recursos humanos, nos es posible amar y respetar a los demás, sea cual sea su pasado u origen. La clave para albergar un sentimiento de esa naturaleza proviene de la fuente más sublime de todo amor: Dios mismo. La Biblia dice: «Dios es amor» (1 Juan 4:8). Es el omnipotente Creador del universo y nos infundió la vida.
Para que captáramos Su esencia, se rebajó a nuestro nivel, enviando a la Tierra a Su propio Hijo Jesucristo encarnado en un hombre. La totalidad de la obra de Cristo tuvo por fundamento el amor. Al atender las necesidades físicas y espirituales de la gente experimentó el sufrimiento humano y tuvo gran compasión de nosotros. Se convirtió en uno de nosotros.
Nos enseñó que todos los preceptos divinos dependen de un solo gran mandamiento: amar. Jesús dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente», y: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:37-40).
En cierta ocasión un experto en asuntos religiosos, oyó a Jesús enseñando esa doctrina y lo interpeló públicamente: «¿Quién es mi prójimo?» Jesús le respondió con la parábola del buen samaritano, en la que dejó claro que nuestro prójimo es todo el que necesite nuestra ayuda, sea cual sea su raza, credo, color, nacionalidad o cultura (v. Lucas 10:25-37). Podemos amar al prójimo y contribuir a traer paz al mundo. Basta con que entreguemos nuestro corazón al Príncipe de Paz —Jesús— y le pidamos que nos infunda ese amor que nos hace falta por los semejantes.
La Biblia dice de Jesús: «Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación» (Efesios 2:14). El amor de Dios es lo único que puede forjar la paz auténtica, la unidad y el respeto mutuo.
«El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón» (1 Samuel 16:7). Al estar en sintonía con Dios vemos las cosas desde Su óptica y podemos hacer caso omiso de factores como el color de la piel de una persona, distinguiendo más bien su corazón y su espíritu. Entonces podemos percibir a cada persona como la hermosa y singular creación divina que es.
¡Qué maravilloso sería el mundo si no distinguiéramos entre un color de piel y otro y no tuviéramos conciencia étnica; si lo único que viéramos al mirar a una persona de otra raza fuera el amor, el color del amor! Ello es posible con Jesús, para quien «no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28).
¿TE GUSTARÍA TENER ESE AMOR por tus semejantes? Sólo tienes que pedirlo. «Dios es amor» (1 Juan 4:8). Él te ama tanto que envió a Jesús para que ofrendara la vida por ti. «De tal manera amó Dios al mundo [a gente como tú y yo] que dio a Su Hijo unigénito [Jesús], para que todo aquel en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).
Jesús te perdonará de buen grado todos tus pecados y te dará vida eterna. Simplemente pídele que entre en tu corazón. Recíbelo ahora mismo rezando sinceramente una sencilla oración como la que sigue:
Jesús, quiero conocerte. Gracias por dar la vida por mí. Te ruego que me perdones todo lo malo que he hecho. Te abro la puerta de mi corazón y te pido que me des el regalo de la vida eterna. Lléname de amor y ayúdame a ser más tolerante con mi prójimo, sea quien sea. Amén.