Se acerca la Navidad, y me pongo a pensar en luces de colores, arbolitos, regalos, villancicos, campanadas de iglesia y, lo más importante de todo, el nacimiento de nuestro Salvador, Jesucristo. Ahora bien, por algún motivo pienso también en los dulces de colores, las gotitas de chocolate, los bastoncitos de caramelo y las cerezas bañadas en chocolate de las Navidades de mi niñez.
No voy a disfrutar de nada de eso este año. Hace poco me extirparon el estómago a causa de una enfermedad, así que esos dulces me están prohibidos por lo que me queda de vida. Pero me tiene sin cuidado, pues he encontrado algo aún más dulce. Disfruto de mis amigos y de mi familia. Estoy agradecida de volver a gozar de buena salud y de poder viajar sin miedo a tener que hacerme una transfusión de emergencia o a que me falte repentinamente el oxígeno. Cada día saboreo la bondad, las misericordias y las bendiciones de Dios. Mi afición por las golosinas se satisface ahora de esa manera. No echo de menos los caramelos.
Este año, sustituiré los dulces por otras cosas: acariciaré a un perrito que mueve la cola; tomaré de la mano a mi marido y le escucharé decirme cuánto se alegra de haberse casado conmigo; disfrutaré de la ternura de mi nietita cuando me mira a los ojos; de mi hija, que me dice que me aprecia; de la cordialidad de los vecinos; de buenas consultas médicas y buenos resultados de los análisis; de la belleza del cielo invernal, que por la noche adquiere un color zafiro; y de la inocencia de los gráciles venados, pavos silvestres y otros animales que abundan por aquí.
¡Recuerdo que me encantaba el caramelo de dulce de leche! Lo hacía todas las Navidades, y comía bastante. Sin embargo, este año en vez de echar barriga comiendo opíparamente, voy a echar alegría por todas partes. Cuando pienso en las energías y en los tesoros que he recobrado después de años de mala salud, sé que Dios me ha dado una nueva oportunidad. No voy a desperdiciar esos regalos. Emplearé esas energías para distribuir caramelos de los míos.
Todos queremos disfrutar de cosas buenas. Y las tenemos. Solo es preciso que las busquemos entre todo lo que nos rodea y las valoremos. «Gustad, y ved que es bueno el Señor»1. ¡Date un gusto esta Navidad! Ama la vida y al amoroso Dios que la creó. Dale gracias y alábalo. Eso no te engordará ni te pudrirá los dientes. Le sentará mejor a tu corazón que un bypass y le restará más años a tu rostro que las inyecciones de botox o la cirugía plástica. No aumentará tu concentración de azúcar en la sangre, pero sí tus esperanzas.
Mejor aún, sé un confitero, un promotor de pequeños gestos de cariño y bondad, la materia prima de los lindos recuerdos. Que la «buena voluntad para con los hombres» endulce tu temporada navideña. Saboréala y compártela.
Que tengas una sana y bendita Navidad, y que el Año Nuevo te colme de delicias y exquisiteces.
Connie Callender Lindsay es autora de textos motivacionales y lectora de Conéctate en EE.UU.
1 Salmos 34:8