A mi esposa le encantan los pesebres en miniatura, o nacimientos como a veces los llaman. Hace veinticinco años confeccionó unas figurillas para su familia. Las modeló en arcilla, las pintó en la mesa de la cocina y luego las horneó. Su hermana todavía las exhibe en su pesebre cada Navidad.
Los dos somos voluntarios cristianos, y mi esposa se ha dedicado a coleccionar pesebres típicos de los diversos países en que hemos misionado. Tiene uno hecho en Rusia, uno de Tierra Santa tallado en madera de olivo, y uno muy simpático dentro de un globo de nieve que toca un conocido villancico.
El año pasado vimos una colección privada de unos 100 pesebres de distintas partes del mundo. Los miembros de la Sagrada Familia aparecían representados por nativos africanos, por orientales, por gente de la India y por campesinos latinoamericanos. Uno de los nacimientos había estado en exhibición en una importante catedral de Europa y contenía exquisitos detalles. Otro era obra de artesanos esquimales: María y José lucían parkas y botas de nieve. Hasta vimos uno de la Polinesia, con figuras vestidas a la usanza de la región frente a una choza de hojas de palmera.
Pese a ser de distintos países, los autores de todos esos pesebres tenían un denominador común: las figuras con las que habían representado al niño Jesús y a los demás personajes eran un reflejo de ellos mismos y de su cultura. No se trataba del Jesús de otro país o de otra raza, sino del suyo propio. Lo retrataban a su imagen y semejanza, con las vestimentas y costumbres típicas de su tierra.
A principios del siglo xix, antes de la abolición de la esclavitud, un escéptico preguntó en una ocasión a un esclavo:
—¿Cómo puedes creer en Jesús y rezar al mismo Dios que tienen tus amos?
El esclavo le respondió sabiamente:
—Jesús no es sólo de ellos; ¡es mío también!
Aquel esclavo había conocido a Jesús y establecido una estrecha relación espiritual con Él, que le proporcionaba fuerzas y consuelo.
Eso sigue igual hoy en día. Gente de toda raza y procedencia puede identificarse con Jesús: ricos y pobres, campesinos y gente de la ciudad, cultos y analfabetos, fuertes y débiles. Él nos ama a todos sin distinción, y cada cual puede afirmar legítimamente que Jesús es suyo y hallar en Él perdón de los pecados, salvación y profunda satisfacción. Es mi Jesús, y el tuyo también.
Martin McTeg es integrante de la Familia Internacional en los Estados Unidos.