Recibí el regalo perfecto la Navidad pasada: el cariño de una niña.
La noche del 25 de diciembre, cuando la celebración y el intercambio de regalos ya habían terminado, llevé a la cama a Jade, mi nena de cuatro años. Mientras la arropaba, soltó estas palabras de la nada:
—¡Papi, te quiero más que a todos mis juguetes y cosas!
El corazón me dio un vuelco.
Varias noches después estábamos de visita en casa de unos familiares y me vi precisado a revisar mi correo electrónico. Encontré donde conectarme a la red de la casa, pero no había ninguna silla a la vista. «No importa —me dije—. En un minuto termino esto». Me senté en el suelo y encendí mi computadora portátil. En ese instante Jade entró corriendo al cuarto, tropezó y cayó de bruces sobre el aparato. La pantalla centelleó con líneas de mil colores.
El avalúo que cada cual hizo de los daños no fue nada halagüeño:
—El arreglo va a salir carísimo.
—¡Qué pena que ya no lo cubra la garantía!
Al percatarse de lo que había hecho, Jade se echó a llorar. La tomé en brazos.
—No te preocupes, mi cielo —le susurré al oído—. Te quiero más a ti que a todas mis cosas.
No importa en qué coyuntura te veas el año entrante, recuerda que Jesús te ama más a ti que a todas las cosas.
Gabe Rucker es integrante de la Familia Internacional en México.