Algunas personas no alcanzan a comprender cómo es que Dios bajó del Cielo y se encarnó; pero así fue. A mí no me resulta extraño. Es más, no me cuesta creerlo, porque todos los días veo nacer a Jesús en el corazón de las personas. Él viene a morar en nosotros y transforma nuestra vida. Eso para mí es un gran milagro: que Cristo pueda nacer en tu corazón y en el mío, vivir en nosotros e identificarse así con nosotros.
La Palabra de Dios dice que Jesús será llamado Admirable. «Un niño nos es nacido, Hijo nos es dado, y el principado sobre Su hombro; y se llamará Su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz».1
Su nombre es Admirable, porque vivió admirablemente. Fue por todos lados haciendo el bien y sanando a los oprimidos2. Fue admirable Su muerte, toda vez que se entregó por nosotros para que alcanzáramos la vida eterna3.Admirable fue también Su resurrección, ya que se levantó de los muertos para que nosotros también pudiéramos vencer la muerte4. Por último, es asimismo admirable ahora en Su vida después de la muerte, pues vive para interceder por nosotros5.
Sin embargo, no basta con que Cristo, el Rey de reyes, naciera en Belén bajo aquella estrella que anunció Su venida; Él no halla Su verdadero trono hasta que no nace en tu corazón. ¿Lo invitarás a formar parte de tu vida?
Tal vez hayas visto el famoso cuadro de William Holman Hunt en el que se aprecia a Jesús de pie ante una puerta cerrada, portando un farol. Dicen que poco después que el pintor concluyera la que a la postre fue su obra más renombrada, alguien se llegó hasta él y le comentó que había cometido un error: la puerta no tenía manija.
—No fue un error —replicó Hunt—. La puerta debe abrirse desde dentro. La manija está del lado de dentro.
Jesús, el Salvador, no puede traspasar una puerta a menos que se la abran desde dentro. La Palabra de Dios dice: «A todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios»6. Recíbelo esta Navidad. Cambiará tu vida. Acógelo en tu corazón.
Si aún no has aceptado el don más precioso de Dios —Jesús—, hazlo ahora mismo mediante una sencilla oración como la que sigue:
Gracias, Jesús, por venir a la Tierra a vivir como uno de nosotros y a sufrir como cualquier ser humano, a fin de llevarnos a conocer el amor del Padre celestial. Gracias también por morir por mí para que pudiera reconciliarme con Él y alcanzar la vida eterna en el Cielo. Te acepto como mi Salvador y te ruego que me perdones todas mis faltas y me ayudes a conocerte y a amarte profundamente, con lo que mi vida se llenará de amor. Amén
1 Isaías 9:6
2 Hechos 10:38
3 Romanos 6:23; 1 Pedro 2:24
4 1 Corintios 15:20–21
5 Hebreos 7:25
6 Juan 1:12