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A imagen y semejanza de Dios

A imagen y semejanza de Dios

Peter Amsterdam

Dijo Dios: «Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza» […]. Y creó Dios al hombre a Su imagen, a imagen de Dios lo creó[1].

Los seres humanos (tanto varones como mujeres) fueron creados a imagen y semejanza de Dios. Dios dio a entender que iba a crear seres parecidos a Él. No dijo que los seres humanos que iba a crear serían exactamente como Él, ni que serían divinos como Él, sino que tendrían cierta similitud con Él.

Los seres humanos fueron creados de forma que tuvieran similitudes con Dios. Aunque Adán y Eva pecaron y fueron separados de Dios, y a raíz del pecado toda la humanidad quedó separada de Dios, no por eso se ha perdido totalmente en nosotros esa imagen de Él y semejanza a Él. Después de destruir a toda la humanidad en el Diluvio, salvo a Noé y su familia, Dios reiteró que los seres humanos estaban hechos a Su imagen. En el Nuevo Testamento también se menciona que el hombre fue creado a imagen de Dios: A imagen de Dios es hecho el hombre[2].

Si bien el hombre aún está hecho a imagen y semejanza de Dios, antes de la Caída no era exactamente igual: Adán y Eva eran puros y capaces de no pecar. Si bien podían escoger pecar, también podían optar por no hacerlo. Después de la Caída eso cambió. Su pureza moral se desvaneció, y su deseo y capacidad de ajustarse a la voluntad de Dios quedaron alterados. Desde aquel momento los seres humanos se volvieron pecadores por naturaleza y, si bien pueden abstenerse de pecar en algunas ocasiones, por naturaleza pecan y no cuentan con la capacidad de no hacerlo. Aunque aún estamos hechos a imagen de Dios, esa imagen se ha viciado a causa del pecado.

La naturaleza humana original era la de antes de la Caída. Desde entonces se ha visto corrompida por los efectos del pecado. A Dios gracias que como cristianos podemos contrarrestar algunos de los efectos de nuestra naturaleza pecaminosa por medio de la Palabra de Dios, creyendo en ella, permaneciendo en ella, asimilándola y aplicándola; y en el momento de la resurrección de los muertos, cuando los cristianos sean levantados en gloria y vuelvan a juntarse a su cuerpo, quedaremos liberados de los efectos de nuestra pecaminosa naturaleza humana.

Características singulares del hombre

Dado que el hombre es la única criatura que Dios declara que fue hecha a Su imagen y semejanza, eso lo distingue sustancialmente de todo el reino animal. Si bien los animales pueden presentar algunos elementos de las siguientes características, o mostrarlas en cierto grado, el hombre las posee en forma cualitativamente mayor.

Así como Dios es un ente plural en la Trinidad, parte de esa pluralidad se ve reflejada en el hecho de que el hombre y la mujer son dos seres que se vuelven una sola carne en el matrimonio. Los seres humanos somos personas. Interactuamos y establecemos relaciones profundas y complejas con otros.

Tenemos conciencia de nosotros mismos y de nuestra existencia. Somos capaces de conocernos, examinarnos y juzgarnos a nosotros mismos. Somos seres morales y contamos con un sentido intrínseco del bien y el mal.

Gozamos de libre albedrío y autodeterminación. Contamos con la capacidad de elegir entre diversas opciones y, habiéndolo hecho, de perseguir el objetivo que nos hemos propuesto.

Nuestro espíritu invisible e intangible es inmortal. Dios siempre ha existido, y la inmortalidad es parte de Su esencia. Al ser semejante a Él (aunque no exactamente igual), el espíritu humano también es inmortal, en el sentido de que vive para siempre luego de separarse del cuerpo en el momento de la muerte.

Somos criaturas racionales con la capacidad de pensar lógicamente, razonar y tener conciencia del pasado, el presente y el futuro. Experimentamos una amplia variedad de emociones.

Somos creativos. Si bien no creamos en la misma medida que Dios, poseemos creatividad de ideas y pensamientos; de ahí que seamos capaces de crear música, arte o literatura. Se nos ocurren ideas y posibilidades que podemos hacer realidad. Empleamos lenguajes complejos para comunicarnos.

Si bien hay otras formas en que la imagen y semejanza de Dios se manifiestan en la humanidad, esas son algunas de las más importantes.

La bondad original

La Biblia dice que cuando Dios concluyó la creación afirmó que todo lo que había hecho era muy bueno, lo que valía también para Adán y Eva. También enseña que el hombre fue hecho recto.

Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno. Y vino la noche, y llegó la mañana: ese fue el sexto día[3].

El hecho de haber sido creados muy buenos, con cierta medida de conocimiento, justicia y santidad, da a entender que Adán y Eva no fueron creados en un estado de inocencia moralmente neutral, sino moralmente íntegros. Desde que fueron creados hasta el momento en que pecaron, Adán y Eva fueron moralmente íntegros y capaces de no pecar.

Después que pecaron, Adán y Eva no dejaron de estar hechos a imagen y semejanza de Dios; sin embargo esa semejanza a Dios se redujo. Ya no eran moralmente rectos como lo habían sido, porque optaron por desobedecer el mandamiento divino. Aquel acto corrompió su naturaleza humana original.

También alteró su relación con Dios, pues se los expulsó del Edén y se les impidió volver, para que «[el hombre] no alargue su mano, tome también del árbol de la vida, coma y viva para siempre». Además de esto, la humanidad comenzó a tener que vérselas con la muerte física. El hecho de que Dios les advirtiera que si comían del árbol del conocimiento del bien y del mal ciertamente morirían implica que de no haber comido de él no habrían muerto. La Escritura no dice cómo habría sido eso exactamente, pero sí expresa que la muerte entró en la raza humana a causa del pecado.

El plan divino de salvación

El pecado de Adán y Eva trajo aparejados cambios de proporciones épicas para la humanidad. Las consecuencias de su pecado generaron una separación entre Dios y el hombre. Ocasionaron una distorsión y degradación en la imagen de Dios en el hombre, de tal manera que este dejó de ser moralmente puro, comenzó a vivir en un estado pecaminoso y perdió la capacidad de no pecar. Por eso dice la Palabra de Dios que «todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios»[4].

Aunque el espíritu humano pervive tras la muerte del cuerpo físico, este vuelve al polvo como consecuencia de la pena impuesta por Dios a causa del pecado.

Las consecuencias del pecado en la humanidad están estrechamente ligadas al plan divino de salvación. Esas consecuencias son superadas por medio de la encarnación, muerte, resurrección y regreso de Jesús. Su muerte y resurrección resultaron en la salvación de nuestra alma, lo que significa que los pecados de la humanidad han sido expiados por Cristo, y esa redención está al alcance de cualquiera que lo acepte. La separación entre Dios y el creyente ya no existe, pues la muerte de Jesús ha propiciado la reconciliación de Dios con los que han aceptado a Su Hijo.

A vosotros, que erais en otro tiempo extraños y enemigos por vuestros pensamientos y por vuestras malas obras, ahora os ha reconciliado en Su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprochables delante de Él[5].

Si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por Su vida. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación[6].

Si bien físicamente todos los creyentes mueren, cuando Jesús regrese los cuerpos de los creyentes se levantarán de entre los muertos (los cuerpos de los creyentes que estén vivos en ese momento serán transformados inmediatamente), y cada espíritu se reunirá con su correspondiente cuerpo resucitado, para vivir juntos, cuerpo y espíritu, eternamente.

Por medio del amor, la gracia y la misericordia de Dios, que quedaron de manifiesto mediante la muerte y resurrección de Jesús, los seres humanos tenemos oportunidad de sobreponernos a todos los efectos de nuestros pecados y de la naturaleza que adquirimos a consecuencia de la Caída. La muerte física será vencida cuando resucitemos y se nos den cuerpos gloriosos e imperecederos. Se eliminará la separación espiritual ocasionada por el pecado, y nuestra comunión con Dios quedará plenamente restaurada. En vez de ser como el primer hombre, Adán, que fue formado del polvo, nos asemejaremos al hombre del Cielo, Jesús[7], y llevaremos en nosotros Su imagen[8].

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Notas al pie

[1] Génesis 1:26-27

[2] Santiago 3:9

[3] Génesis 1:31

[4] Romanos 3:23

[5] Colosenses 1:21-22

[6] Romanos 5:10-11

[7] 1 Corintios 15:47

[8] 1 Corintios 15:49