A la raíz de nuestra fe como cristianos está la respuesta a una pregunta sencilla pero de vital importancia: ¿Quién es Jesús? A fin de comprender nuestra fe, de entender la historia de Jesús y el significado de Su vida —Sus enseñanzas, la razón de Su venida a la Tierra— es necesario entender quién es Él.
Jesús es Dios. Es la segunda persona de la Trinidad, que incluye a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
Lo hermoso de esta verdad es que el hecho de que Él sea Dios quiere decir que cada persona de cada era que invitó a Jesús a su vida ha recibido el perdón de sus pecados además de la vida eterna. Porque, como humanos que somos, pecamos, y esos pecados son una ofensa contra Dios. Por ello, es necesario que Dios nos perdone y que nos reconciliemos con Él; y la única manera de que eso suceda es que Jesús, que es Dios, se vuelva humano, viva una vida libre de pecado, muera por nuestros pecados y resucite de entre los muertos. Y eso fue, precisamente, lo que sucedió.
Las Escrituras nos enseñan que la muerte de Cristo por los pecados del mundo es la base del plan de salvación de la humanidad. Jesús cumplió con todos los requisitos para que Dios nos perdonase a los humanos nuestros pecados.
El logos
Jesús, como miembro de la Trinidad, junto con Dios Padre y Dios Espíritu Santo, es también Dios Hijo. Como tal, cuenta con todos los atributos de Dios.
Dios es el creador de todas las cosas. Dios es eterno y existía antes de que existiera cualquier otra cosa. Al ser así, para que Jesús sea Dios, debe ser, necesariamente, eterno, y también tiene que haber existido antes de que nada más existiese. Tiene que haber participado en la creación de todo lo que se creó. Según las Escrituras, todo eso es cierto de Jesús.
Los primeros tres versículos del evangelio de San Juan lo dejan muy en claro:
En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de Él todas las cosas fueron creadas; sin Él, nada de lo creado llegó a existir.
Cuando Juan hablaba de Dios Hijo antes de que Él naciera en la Tierra, se refería a Él como el Verbo, no como Jesús. Estos versículos demuestran que el Verbo, es decir, Jesús, participó en la creación, ya que «por medio de Él todas las cosas fueron creadas». La palabra que empleó Juan, y que en español se tradujo como Verbo, en el griego original era Logos. Quien utilizó por primera vez el vocablo logos (en el siglo VI antes de Cristo) fue un filósofo griego llamado Heráclito, quien lo empleó para nombrar la divina razón o plan que coordina a un universo cambiante. Como tal, para un interlocutor griego de aquel entonces, logos significaba razón, de modo que pudieron haber entendido los versículos como si dijese «En el principio ya existía la razón o la mente de Dios». Entenderían que antes de la creación el Logos había existido con Dios eternamente. Por lo tanto el Logos, el Verbo, Dios Hijo, existía antes de que existiese cualquier cosa creada, incluyendo el tiempo, el espacio o la energía.
Uno de los primeros padres de la iglesia, Anastasio, escribió: «Jamás existió ocasión en que Él (el Logos) no fuese»[1]. Él es eterno. El Logos, Dios Hijo, estaba con el Padre y era Dios.
Juan 1:14 añade: Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado Su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Esto significa, ni más ni menos, que Dios Hijo vivió en la Tierra durante un tiempo como ser humano. Significa que Él, el ser eterno e inmaterial, ingresó a Su creación en el tiempo y el espacio. Algo que únicamente podría ocurrir si Dios se encarnase, si se hiciese hombre, que es exactamente lo que sucedió cuando nació Jesús de Nazaret. Se convirtió en el Dios-Hombre, Dios en carne humana que habitó entre nosotros.
Jesús se declara Dios
Vale la pena notar que según las leyes de Moisés, cualquiera que afirme ser Dios comete blasfemia, y el castigo a la blasfemia es la muerte. En más de una ocasión los judíos tomaron piedras para matar a Jesús, y durante Su juicio ante los líderes religiosos judíos, lo condenaron a muerte por afirmar ser Dios. Indudablemente, a los judíos de Su época les quedaba claro que Él se declaraba Dios.
Una de tales afirmaciones consta en el capítulo 8 del evangelio de Juan, y dice:
Abraham,
el padre de ustedes, se regocijó al pensar que vería mi día; y lo vio y se
alegró.
—Ni a los
cincuenta años llegas —le dijeron los judíos—, ¿y has visto a Abraham?
—Ciertamente les aseguro que, antes de que Abraham naciera, ¡Yo soy!
Entonces los judíos tomaron piedras para arrojárselas, pero Jesús se
escondió y salió inadvertido del templo[2].
Lo que declara Jesús en este pasaje es significativo en dos sentidos: en primer lugar, aunque ni siquiera tenía cincuenta años, afirmaba haber vivido antes que Abraham, quien había vivido y muerto dos mil años antes. Solo Dios tiene una existencia eterna, que es lo que Jesús decía tener. Y en segundo lugar, al decir, «Antes de que Abraham naciera, Yo soy», Jesús se adjudicaba el nombre de Dios.
In Éxodo 3:14, Dios le revela a Moisés que Él es «Yo soy el que soy», y luego le dice a Moisés que le diga al pueblo de Israel que YO SOY lo envió. El nombre de Dios, YO SOY, es el nombre YHWH, or Yaveh, del Antiguo Testamento. Tan sagrado es, que desde antes de los tiempos de Jesús hasta la actualidad, los judíos devotos han evitado pronunciarlo. (Como los judíos religiosos no mencionan el nombre YHWH, en su lugar utilizan la palabra Adonai, que se traduce como «Señor».) No obstante, Jesús utilizó ese nombre de Dios para referirse a sí mismo. Los judíos con los que hablaba entendieron perfectamente lo que quiso decir y por eso tomaron piedras para matarlo.
Jesús hizo una serie de declaraciones acerca de Su persona en las que también afirmaba, aunque de manera indirecta, ser Dios. Obró milagros que corroboraban dichas declaraciones. Por ejemplo, al día siguiente de haber alimentado a cinco mil personas con pescado y pan multiplicado a partir de dos pescados y cinco hogazas de pan de cebada, dijo:
Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a Mí viene nunca pasará hambre, y el que en Mí cree nunca más volverá a tener sed[3]. Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es Mi carne, que daré para que el mundo viva[4].
En el capítulo 9 de Juan, Jesús vuelve a hacer declaraciones sobre quién es, y las sigue con un milagro. Cuando salía del templo, vio a un hombre ciego de nacimiento y dijo:
Mientras
esté Yo en el mundo, luz soy del mundo.
Dicho esto, escupió en el suelo, hizo barro con la saliva y se lo untó en
los ojos al ciego, diciéndole:
—Ve y
lávate en el estanque de Siloé (que significa: Enviado).
El ciego fue y se lavó, y al volver ya veía[5].
Cuando los fariseos interrogaron al hombre y le preguntaron cómo se había sanado de su ceguera, él les explicó que quien lo había sanado era Jesús. Como consecuencia, lo echaron del templo. El capítulo continúa así:
Jesús se
enteró de que habían expulsado a aquel hombre, y al encontrarlo le preguntó:
—¿Crees en
el Hijo del hombre?
—¿Quién
es, Señor? Dímelo, para que crea en Él.
—Pues ya lo has visto —le contestó Jesús—; es el que está hablando contigo.
—Creo, Señor —declaró el hombre. Y,
postrándose, lo adoró[6].
Otra declaración por el estilo de su identidad divina, seguida de un milagro corroborador se narra en Juan, capítulo 11, cuando murió Lázaro, el amigo de Jesús. Cuatro días después, Jesús viajó a Betania, donde habían enterrado a Lázaro. Su hermana Marta decía que, si Jesús hubiese estado presente, su hermano no habría muerto.
Entonces
Jesús le dijo: Yo soy la
resurrección y la vida. El que cree en Mí vivirá, aunque muera; y todo el que
vive y cree en Mí no morirá jamás. ¿Crees esto?
—Sí, Señor; yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo[7].
Entonces Jesús resucitó a Lázaro de los muertos, lo cual hizo que muchos creyeran en Él. Como respuesta, los principales sacerdotes y los fariseos convocaron un concilio, y «desde ese día convinieron en quitarle la vida»[8].
Otras declaraciones que Jesús inicia con las palabras Yo soy se cuentan entre las siguientes: Yo soy la puerta; el que entre por esta puerta, que soy Yo, será salvo. Se moverá con entera libertad, y hallará pastos[9]. —Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por Mí.Si ustedes realmente me conocieran, conocerían también a Mi Padre. Y ya desde este momento lo conocen y lo han visto[10].
—¿Eres el
Cristo, el Hijo del Bendito? —le preguntó de nuevo el sumo sacerdote.
—Sí, Yo soy —dijo Jesús—. Y ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y viniendo en las nubes del cielo[11].
Su empleo de las expresiones Yo soy e Hijo del hombre dio a entender a los fariseos que Jesús afirmaba ser Dios, por lo que lo consideraron una blasfemia y dijeron que merecía la muerte como castigo.
El Hijo del hombre
Jesús emplea el término Hijo del hombre a lo largo de los evangelios. Cada vez que se utiliza en los evangelios, quien lo hace es Jesús y en referencia a Su persona. Tiene su origen en Daniel 7:13-14, que describe cómo al Hijo del hombre se le da autoridad, gloria, poder soberano y un reino que permanecerá para siempre. Este pasaje habla explícitamente de alguien que ya existía en el cielo a quien se le entrega el reinado eterno del mundo. Los judíos de los tiempos de Jesús estaban familiarizados con ese pasaje del libro de Daniel y sabían bien a qué se refería Jesús cuando empleaba ese término.
Otros cuantos versículos en los que Jesús se refiere a sí mismo como el Hijo del hombre son los siguientes:
Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —se dirigió entonces al paralítico—: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa[12].
Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de Su Padre con Sus ángeles, y entonces recompensará a cada persona según lo que haya hecho[13].
Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna[14].
Aparte de las declaraciones en que se refiere a sí mismo como Yo soy o el Hijo del hombre, Jesús también dio a entender, por deducción, que había existido con Dios antes de venir a la Tierra:
Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo de nuevo el mundo y vuelvo al Padre[15]. Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame en Tu presencia con la gloria que tuve contigo antes de que el mundo existiera[16].
Perdón de pecados
Aparte de las afirmaciones directas que hizo Jesús, también hizo y dijo tácitamente cosas que implicaban Su deidad. Fueron casos en que aunque no decía abiertamente «Yo soy Dios», hacía afirmaciones o realizaba actos que solo podían atribuirse a Dios. Un ejemplo de ello era que perdonaba pecados. Un individuo puede perdonar a alguien que peca contra él, mientras que Jesús perdonaba los pecados de personas que habían pecado contra otros.
En los dos siguientes pasajes Jesús perdona pecados, y cuando lo hace, provoca cuestionamientos en la mente de los líderes judíos, que comprendían las implicancias de Sus actos.
Entonces
llegaron cuatro hombres que le llevaban un paralítico. Como no podían acercarlo
a Jesús por causa de la multitud, quitaron parte del techo encima de donde
estaba Jesús y, luego de hacer una abertura, bajaron la camilla en la que
estaba acostado el paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al
paralítico:
—Hijo, tus
pecados quedan perdonados.
Estaban sentados allí algunos maestros de la ley, que pensaban: «¿Por qué
habla éste así? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo
Dios?»
En ese mismo instante supo Jesús en Su espíritu que esto era lo que estaban pensando.
—¿Por qué razonan así? —les dijo—. ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: «Tus pecados son perdonados», o decirle: «Levántate, toma tu camilla y anda»? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —se dirigió entonces al paralítico—: A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Él se levantó, tomó su camilla en seguida y salió caminando a la vista de todos. Ellos se quedaron asombrados y comenzaron a alabar a Dios.—Jamás habíamos visto cosa igual —decían [17].
Jesús perdonó los pecados del hombre y luego, para agregar credibilidad a Su autoridad divina, hizo un milagro.
El segundo milagro ocurrió en una ocasión en que se encontraba de visita en casa de un fariseo llamado Simón, y mientras estaba allí, se presentó una mujer a quien todos sabían pecadora. Desconsolada, le mojó los pies con sus lágrimas, las secó con sus cabellos y lo ungió con perfumes.
Luego se
volvió hacia la mujer y le dijo a Simón:
—¿Ves a
esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella
me ha bañado los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me
besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me
ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume. Por esto
te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido
perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama.
Entonces le dijo Jesús a ella:
—Tus
pecados quedan perdonados. Los otros invitados comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que hasta
perdona pecados?»
—Tu fe te ha salvado —le dijo Jesús a la mujer—; vete en paz[18].
Juicio del hombre
Otra afirmación indirecta que hizo Jesús era que juzgaría a los hombres en la otra vida, cosa que los judíos sabían que le estaba reservado a Dios, exclusivamente, según las Escrituras.
Cuando el Hijo del Hombre venga en Su gloria, y todos los santos ángeles con Él, entonces se sentará en Su trono de gloria, y serán reunidas delante de Él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos.Y pondrá las ovejas a Su derecha, y los cabritos a Su izquierda.Entonces el Rey dirá a los de Su derecha: Venid, benditos de Mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. […] Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles[19].
Además, el Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha delegado en el Hijo, para que todos honren al Hijo como lo honran a Él. El que se niega a honrar al Hijo no honra al Padre que lo envió[20].
Jesús también alegó tener una relación especial y única con el Padre. El Padre y Yo somos uno21. Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo[22].
Las aseveraciones de Jesús acerca de Su deidad, sumadas a Sus milagros, Su resurrección de los muertos y Su ascensión a los cielos, además de las profecías del Antiguo Testamento acerca de Su persona dejan muy en claro que Jesús es Dios.
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Notas al pie
[1] Phillip Cary, The History of Christian Theology, Lecture Series (La historia de la teología cristiana, serie de charlas), Chantilly: The Teaching Company, 2008, Charla 10.
[2] Juan 8:56–59 NIV.
[3] Juan 6:35 NIV.
[4] Juan 6:51 NIV.
[5] Juan 9:5–7 NIV.
[6] Juan 9:35–38 NIV.
[7] Juan 11:25–27 NIV.
[8] Juan 11:53 NIV.
[9] Juan 10:9 NIV.
[10] Juan 14:6–7 NIV.
[11] Marcos 14:61–64.
[12] Mateo 9:6 RV 1960.
[13] Mateo 16:27 RV 1960.
[14] Juan 3:14–15 RV 1960.
[15] Juan 16:28 NIV.
[16] Juan 17:4–5 NIV.
[17] Marcos 2:3–12 RV 1960.
[18] Lucas 7:44–50 RV 1960.
[19] Mateo 25:31–34, 41 RVA 1960.
[20] Juan 5:22–23. NIV.
[21] Juan 10:30 NIV.
[22] Mateo 11:27 NIV.