Miraba a mi hija Sharon, la cual después de tomar medicamentos durante 18 años seguía muy delicada de salud; a mi marido, cuyo negocio fue a la quiebra tras años de lucha, y encima la aventura amorosa que por largo tiempo mantuvo con otra mujer. Simplemente no sabía cómo enfrentar estas situaciones. Muchas veces subí a los templos de montaña a llorar. Mi familia lo era todo: mi pequeño mundo. Solo vivía para mis seres queridos. No entendía por qué razón después de tantos años de esfuerzos y de todo lo que había hecho no encontraba la paz y felicidad que tanto buscaba.
Un día, una amiga insistió en llevarme a una casa-iglesia, de las muchas que hay en la China. Según ella, allí podría encontrar las respuestas a mis interrogantes. A mí no me hacía ninguna gracia ir, puesto que era muy tímida. Jamás había hablado de mis problemas ni abierto mi corazón a nadie, ni siquiera a mis padres. Les tenía miedo a las personas, sobre todo cuando estaban en grupo. Sin embargo, al cabo de muchísima persuasión por parte de mi amiga, me decidí a acompañarla. Me quedé de piedra cuando vi cuánta gente había en. Me senté en el rincón más apartado y no levanté la vista del suelo en ningún momento. Rogué a mi amiga que no me llevara nunca más a un sitio semejante.
En los dos meses que siguieron, mi amiga me llamaba con cierta frecuencia para ver cómo estaba. Por fin, en una de sus llamadas me pidió que la acompañara a una fiesta en casa de unos buenos amigos de ella. Me aseguró que no me iba a ver en situación embarazosa. Accedí, a pesar de que me cohibía cuando estaba con extranjeros. Antes de llegar, oí música y gente entonando canciones de alabanza. Mi corazón se abrió al escuchar las canciones y no logré contener el llanto. Les dije a esos perfectos desconocidos: «Esto es lo que busco desde hace veinte años: la paz y felicidad que ahora siento dentro de mí». En ese momento acepté a Jesús. Ahí mismo me inundó una calma tremenda. Desde aquel instante mi vida se iluminó. La luz del Señor irrumpió en mi casa y desde entonces no he sentido temor.
Desde que aprendí sobre el amor del Señor, diez integrantes de mi familia, incluida mi hija, han recibido al Señor. Aunque mis circunstancias no han cambiado y aún enfrento las mismas situaciones, ahora las encaro con fe, y eso es algo con lo que no contaba antes.
Una gran fuente de ánimo ha sido ver la transformación de mi hija. Ella estaba muy amargada. Hace poco le dijo a su padre que por muy difícil que sea o siga siendo nuestra vida, tanto ella como yo seguiremos a su lado, porque ahora creemos en Dios. En cuanto a mí, mejoren o no mis circunstancias, quiero cumplir la voluntad de Dios al máximo de mi capacidad. Quiero llevar a otros Su amor. Dar testimonio de lo que Jesús y la Familia han hecho por mí para que otros sientan la alegría de una nueva vida en Él. Gracias, queridos hermanos, por ayudarme a salir de mi viejo mundo vacío para entrar a un mundo nuevo. ¡Ustedes son mi familia! ¡Los quiero mucho!