¡Ni siquiera sabía que estaba perdida, hasta que fui encontrada!
La primera vez que tuve un encuentro con integrantes de la Familia fue cuando tenía 12 ó 13 años. Los vi en un centro comercial confeccionando globos y me acerqué a ellos. Hablé con Sara un rato, ¡y ahí mismo en el centro comercial acepté que Jesús es Mi Salvador! Sara también me dio un pequeño folleto, el que guardé por mucho tiempo. Recuerdo que en una oportunidad me sentía sola, lloraba en mi cuarto. Entonces abrí un cajón y ahí estaba el pequeño folleto que Sara me había dado mucho tiempo atrás. Lo leí y lloré más, pero de alegría, pues sabía que alguien me amaba y que Dios estaba conmigo.
No me encontré con la Familia de nuevo hasta que fui a un festival. En esa oportunidad conocí a una señora que se llama Eternity. Providencialmente, el Señor hacía que me encontrara con personas de la Familia. De cuando en cuando me topaba con algunas y empezaba a cartearme con ellas.
Mis años de adolescencia fueron difíciles. Enfrenté una grave depresión y me enfermé. ¡Me resultaba insoportable! Terminé en el hospital varias veces. Tenía el corazón maltrecho, quería morirme porque me parecía que para mí no había amor en este mundo. ¡Pero sí había amor! Antes de tomar la decisión de mudarme a la capital, Reykjavik, encontré a personas de la Familia en un festival cerca de mi ciudad y vi a Sara de nuevo. Me le acerqué y le di un abrazo. Ella enseguida me señaló a una joven de mi edad que también se llama Sara. Estreché lazos con ella muy rápidamente y le dije que iba a mudarme a Reykiavik. Me invitó a visitar su Hogar. Pero nuestras vidas tomaron distintos derroteros.
En Reykjavik fui al colegio y trabajé en una pequeña cafetería de un centro comercial. Después de un año de trabajar allí fui a trabajar a la panadería que horneaba para la cafetería. Y, amigos míos, ¡Dios obra de manera misteriosa! Resulta que esa panadería es la proveedora de pan para la Familia. Y volví a ponerme en contacto con ellos. Un sábado por fin me armé de valor para visitar el Hogar y me sentí muy acogida. Pasé el día con la Familia y, para decirles la verdad, ¡nunca me había sentido tan bien! ¡Se respiraba amor!
Probablemente podría escribir mucho más sobre lo mucho que me han dado en tan poco tiempo los integrantes de La Familia, ¡y solo Dios sabe qué más descubriré! ¡Ni siquiera sabía que estaba perdida hasta que me encontró mi Familia! Ahora tengo un hogar amoroso donde soy bienvenida siempre ¡y estoy muy agradecida!